jueves, 5 de noviembre de 2015



DANIEL BEREHULAK, FOTOPERIODISTA

"Solo cuando llegas a estos lugares puedes entender lo que está pasando"



Es uno de los fotoperiodistas que más crisis humanitarias ha cubierto en profundidad (hasta el punto de que volvió a Pakistán un año después de las graves inundaciones que asolaron el país en 2010) y uno de los más aplaudidos y laureados del mundo. Por eso Visa pour l'Image expuso en septiembre uno de sus reportajes sobre el ébola en África occidental, el mismo trabajo que le reportó el Pulitzer unos meses antes. Este australiano de origen ucraniano no escatima detalles acerca de su trabajo para Getty en áreas devastadas por desastres naturales. Desastres en los que siempre son protagonistas las personas.
¿Qué te condujo hacia la fotografía?
La fotografía fue algo que conocí mientras crecía. Me daba la posibilidad de capturar momentos y conservar la memoria. Eran fotos de mi familia, de las excursiones con el colegio. Pero ni siquiera en el instituto o la universidad pensé que podría hacer carrera con la fotografía. Fue cuando comencé a viajar que me di cuenta de que con mis fotos podía experimentar cómo eran las diferentes culturas y conocer mejor el mundo.
¿Qué fotógrafos te han inspirado?
Muchos: SalgadoCartier-Bresson... James Nachtwey fue uno de los que más me impactó tras ver su trabajo en una exposición del World Press Photo hacia finales de los 90. Pero no fue solo su trabajo sino también el de otros fotoperiodistas. Yo hacía fotografía de deporte, pero aquello me hizo conectar y darme cuenta de que había historias de personas reales en el mundo. Aquello motivó mis deseos de implicarme en el fotoperiodismo.
daniel berehulak
Foto: Ivan Sánchez (Quesabesde)
Te has involucrado principalmente en historias sobre crisis humanitarias. ¿Qué es lo que te interesa de esas situaciones?
Contar la historia de personas que de otra manera no se conocería. Y en ese sentido, en las crisis humanitarias ocurren demasiadas cosas sobre las que si [los periodistas] no estuviéramos ahí el mundo no sabría nada de ellas. Sacar a la luz estas situaciones puede llamar la atención de la gente. Tengo la esperanza de que a través de mis imágenes el espectador logre conectar y sentir empatía con la gente que aparece en ellas, y ojalá que les inspire a hacer algo al respecto.
Con respecto a tu trabajo sobre el ébola, ¿cuál de estas historias personales de las que hablas te ha impactado más?
La foto del chico que está siendo transportado. Pertenece a una escena que viví en Monrovia durante la primera semana de septiembre [de 2014]. Las cifras de infectados habían comenzado a dispararse en la capital. El sistema sanitario ya era frágil a causa de muchos años de guerra y no estaba preparado para hacer frente a una crisis como esa. Los hospitales estaban cerrando. Incluso las instalaciones que Médicos sin Fronteras tenía en aquel momento solo disponían de cien camas, cuando en realidad hacían falta unas 500 o mil. Pero ni siquiera era posible porque el personal médico no estaba preparado.
"Lo que me interesa de estas situaciones es contar la historia de personas que de otra manera no se conocería"
Así que aquellos días había gente tirada fuera de los centros de atención médica. Cuando la gente moría dentro sacaban los cuerpos fuera y metían a otros 10 o 20. No había espacio. La gente moría sin atención en sus propias casas, de camino [a los centros médicos] transportados en taxis y ambulancias.
Foto: Daniel Berehulak (Getty Images)
Foto: Daniel Berehulak (Getty Images)
Esa mañana la pasé cubriendo el trabajo de un equipo en una ambulancia. Primero llamaron para ver cuántos pacientes habían muerto en una clínica. Cuatro, y ese era el número de los que podían ingresar. Nos encontramos con una familia de cinco personas, y tuvimos que dejar a un chiquillo en casa. Pero durante el trayecto un miembro de la familia murió. Al llegar a la clínica nos dijeron que estaban al completo, así que al final solo ingresamos a tres personas de aquella familia.
En ese momento me encontré frente a un padre cuidando de su hijo, James, que se encontraba muy débil y con mucho dolor y solo quería estirarse en el suelo. Su padre intentó darle primero algo de agua para beber y luego agua de coco, pero James se negaba, y cuando bebía la escupía. Fue entonces cuando la gente se dio cuenta de que estaba cogiendo a su hijo y comenzaron a gritarle que se mantuviera alejado. Alguien incluso le tiró unos guantes.
La ambulancia con la que llegué se marchó, pero yo me quedé allí unas cuantas horas, fotografiando a la gente que estaba esperando para entrar en el hospital. Algunos estaban demasiado débiles para siquiera moverse. Entre ellos James.
James, el niño de ocho años que acabó muriendo víctima del ébola. | Foto: Daniel Berehulak (Getty Images)
"Cuando la gente moría dentro de los centros de atención médica sacaban los cuerpos fuera y metían a otros 10 o 20"
Me había quedado allí todo el día para saber qué iba a ser de James. Hacia el final del día comenzó a temblar, y todo el mundo pensó que había muerto. Al cabo de unos minutos nos dimos cuenta de que aún respiraba levemente. Fue justo en ese momento cuando las puertas del hospital se abrieron, y todos los que tenían fuerzas se levantaron y corrieron adentro para ser atendidos y conseguir una cama.
Fui a hablar con la gente del hospital y les dije que había un niño fuera que necesitaba atención médica. Me dijeron que vendrían a recogerle. Les llevó casi media hora, que es el tiempo que tardan en ponerse el traje y en asegurarse de que está sellado y seguro para transportar a un enfermo de ébola. Al llegar, uno de ellos tenía parte del cuello desprotegido, así que tuvieron que transportarlo con los brazos extendidos para que el cuello no se expusiera al contacto con James. Muchos sanitarios murieron porque se infectaron durante los primeros estadios de la epidemia.
Me quedé con su padre, y me contó que llevaba enfermo cuatro días en los que le habían rechazado en otras clínicas, hasta que lo trajeron aquí, donde tuvo que esperar todo el día para que lo ingresaran. Al cabo de unos días contacté con el hospital para interesarme por él. Descubrí que James, que tenía ocho años, había fallecido poco después de ser ingresado.
Debió de ser muy arriesgado trabajar allí.
Sí, lo era. Era muy arriesgado porque es un virus que solo detectas por los síntomas, pero más allá de eso resulta invisible. Era algo que nunca había cubierto antes, así que fue muy importante tener cerca a mi colega John Moore, que me ayudó en temas tan importantes como el traje y los guantes que necesitaba llevar, la cinta para sellarlo o el cloro [para desinfectar superficies].
Salí a fotografiar de esta guisa una docena de veces, pero algunas comunidades negaban la existencia del ébola y acusaban al gobierno de haberlo creado o de ser algo que habían traído los extranjeros. Así que imagínate cómo podía ser llegar a una de estas aldeas vestido con algo que parece un traje espacial. En Kini mataron a varios sanitarios porque veían llegar a personas vestidas así y a otras muriendo.
En una zona donde el nivel de educación es bajo y se mantienen muchas tradiciones tribales que implican tocar el cuerpo del muerto en la despedida el virus se propaga con facilidad. En estos lugares es necesaria mucha educación.
Foto: Daniel Berehulak (Getty Images)
En la imagen superior, el padre del que está considerado el primer paciente infectado de ébola en la epidemia de 2014, en Guinea. | Foto: Daniel Berehulak (Getty Images)
The New York Times Magazine publicó una serie de retratos tuyos sobre gente que luchó contra el ébola. ¿Cómo surgió este otro planteamiento?
Estos retratos son parte del mismo encargo. En total fueron 103 días en cuatro viajes para The New York Times. El primero fue en Liberia durante 67 días. Comencé con estos retratos a partir de la sexta semana. Habíamos trabajado en muchas historias, y el asunto es que las escenas se parecían demasiado: las casas de los enfermos, recoger los cuerpos, el transporte en ambulancia… Fue un desafío darle a este reportaje un punto de vista distinto.
Trabajé con una reportera que también era doctora. La idea era trabajar durante horas en una clínica en la jungla, a las afueras de Monrovia, documentando el desafío que suponía para la gente de la clínica y de la comunidad fuera de la ciudad.
"En algunas aldeas mataron a sanitarios porque veían llegar a personas vestidas con esa especie de traje espacial y a otras muriendo"
Un día le comenté a mi editor que la gente allí era asombrosa. Había un granjero y un taxista que se quedaron sin trabajo, estudiantes universitarios, sanitarios que venían de otras regiones o de países como Estados Unidos, Kenia, Costa de Marfil, España o Francia que estaban arriesgando sus vidas para ayudar.
Llegaron allí en el momento de máxima histeria en Estados Unidos y no entendían el sacrificio que estas personas estaban haciendo, así que quisimos centrarnos en los trabajadores que atendían la salud de los pacientes. La idea fue hacer una serie de retratos para que en todo el mundo se conociera mejor la labor de estas personas. Eran unos 40, de los cuales fotografié a casi todos y entrevistamos a unos 25.
Foto: Daniel Berehulak (Getty Images)
En una ocasión comentaste que con las inundaciones en Pakistán te obligaron a trabajar en las situaciones más complicadas. ¿Cuál fue la mayor dificultad a la que te enfrentaste?
Con un encargo de esas características lo más difícil es moverse, ser capaz de viajar de un lado a otro, especialmente cuando se trata de una extensión tan grande. Semana tras semana las aguas que inundaron el país no dejaron de avanzar desde las partes elevadas hasta las más deprimidas al sur, en el puerto de Karachi.
El principal desafío era moverme por las vastas extensiones de cultivo para poder contar la historia. Se trataba de hablar de gente que había perdido desde miembros de su familia hasta su forma de sustento, como granjas y cosechas, lo que luego les obligó a endeudarse para poder empezar de nuevo tras las inundaciones.
"Nunca he visto una catástrofe de estas magnitudes, con tantos desplazados y tanto sufrimiento. Fue uno de los encargos más duros que he tenido"
Todo ocurrió a gran escala. Hubo 20 millones de desplazados; dos millones de personas en los alrededores de Islamabad se vieron afectadas. Toda esta gente estaba en movimiento, alejándose del agua. El verdadero desafío fue mantener aquella historia en las noticias durante unas seis semanas. Me hice un corte en la pierna que se infectó y tuve que volver a la India durante unos días para el tratamiento. Después regresé porque quería continuar documentando las inundaciones.
Nunca he visto una catástrofe de estas magnitudes, con tantos desplazados y tanto sufrimiento. Mucha gente no tenía qué comer ni dónde cobijarse. A nivel logístico aquel momento fue uno de los encargos más duros que he tenido.
Foto: Daniel Berehulak (Getty Images)
Foto: Daniel Berehulak (Getty Images)
¿Planeas la historia con antelación antes de cubrir una catástrofe de estas características, donde precisamente es difícil prever lo que te vas a encontrar?
Yo intento no plantearme una narrativa antes de llegar, porque creo que si fuese con una idea de lo que voy a ver eso afectaría mi forma de ver la escena y por consiguiente mi manera de cubrirla. Intento leer lo máximo posible antes de llegar, establecer contactos ya sea con oenegés o servicios de rescate.
Es mejor descubrir por uno mismo cómo está la situación en el propio terreno. Solo cuando llegas a estos lugares puedes entender lo que está pasando. Voy a contárselo al mundo, así que es mi obligación tener una visión amplia, evaluar la situación una vez estoy en el terreno, verla con mis propios ojos y encontrar la mejor manera de explicarla.
Foto: Daniel Berehulak (Getty Images)
Regresaste un año después para volver a fotografiar a algunos protagonistas de aquellas historias. ¿Es posible que un tema así vuelva a ser noticia pasado un año?
Una de las cosas que me interesa, además de cubrir aquello por lo que está pasando la gente durante un desastre, es cómo esas personas hacen frente a la situación al cabo de 12 meses. La mayoría de las veces cubrimos una historia que capta la atención del mundo, que ve esa crisis, esa epidemia, ese desastre natural o causado por la mano del hombre, y [cuando deja de ser noticia] creen que se ha acabado. Pero la realidad es que cuando nosotros nos vamos, la gente se queda allí conviviendo con todos los problemas que deja ese desastre.
Para mí también es importante volver para descubrir cuáles son los nuevos desafíos de esa gente, cómo han cambiado las cosas, qué más se puede hacer por esas personas…
"Me interesa saber cómo esas personas hacen frente a la situación al cabo de 12 meses"
Es cierto que trabajar para Getty te obliga a darle un enfoque de noticia de actualidad. Pero al cabo de un año me surgió la oportunidad de volver, así que hablé con mis editores y les dije que estaba realmente interesado en regresar a Pakistán porque era una historia muy importante para el país, que había quedado gravemente afectado.
Foto: Daniel Berehulak (Getty Images)
Foto: Daniel Berehulak (Getty Images)
Además, a nivel personal había fotografiado a mucha gente en situaciones peligrosas por culpa de las inundaciones, gente a la que de no haber sido por aquello, no habría conocido nunca. Quería descubrir quiénes eran, saber qué había sido de ellos. Porque a través de mis fotos se les había visto en todo el mundo y sentía que era mi obligación como periodista averiguar lo máximo de ellos.
Así que cogí las fotografías que había hecho el año anterior y recorrí los mismos lugares para encontrarles, saber dónde estaban ahora, qué les había ocurrido durante ese tiempo, por qué dificultades habían tenido que pasar.
También cubriste la devastación desencadenada por el tsunami de Japón. ¿Es muy diferente trabajar en una situación de crisis humanitaria en un país desarrollado?
¿Sabes qué es lo más increíble? Que cuando se da una crisis humanitaria de estas magnitudes poco importa si se trata de un país desarrollado o no. La devastación en Japón fue enorme, hubo poblados y comunidades que quedaron completamente barridas por las riadas. Al norte, la ciudad de Rikuzentakata fue completamente arrasada. Un año después, conduciendo por la zona, el navegador del coche indicaba que estabas allí, pero mirases donde mirases todo había quedado absolutamente plano: no quedaba nada.
"Cuando las cosas se ponen tan feas es igual de terrible una crisis humanitaria en Japón que en otros sitios"
Creo que en las zonas más desarrolladas hay una red de ayuda algo más eficiente, pero en momentos así todo queda paralizado. Aunque se trataba de un país desarrollado como Japón, no solo fueron los destrozos que causó el tsunami: también estaba el riesgo de la radiación nuclear. El gobierno tenía ayudar a los afectados, pero también hacer frente al problema del reactor y su impacto sobre la comunidad que vivía en la zona.
Aunque haya mejores infraestructuras, cuando las cosas se ponen tan feas es igual de terrible.
Foto: Daniel Berehulak (Getty Images)

martes, 12 de agosto de 2014


Concierto Manuel Carrasco
(Castillo San Sebastian, Cádiz)

©Todos los derechos reservados
















Pinhole Barcelona: fotografía artesanal con cajas de cerillas 





Iker Morán | Barcelona

Si las buenas historias comienzan en Nueva York, ésta lo es. En verano de 2011 Xavi Bassols volvió de allí con una idea en la cabeza: por 20 dólares se había traído de recuerdo una fotografía de la ciudad realizada con una cámara estenopeica.
 
Años después, en un pequeño laboratorio improvisado en un garaje del barrio barcelonés de Gràcia, el plan de Bassols está ya en marcha: Pinhole Barcelona, fotografía artesanal para que turistas y locales puedan llevarse a casa un poco de la luz de la ciudad.


Foto: Iker Morán (Quesabesde)
Bassols nos muestra sus cuatro fotografías más vendidas.


El proyecto lleva apenas unos meses de rodaje, desde que su artífice, enfermero de profesión, se quedara en paro y decidiera apostar por esta idea. Un emprendedor fotográfico, que dirían algunos, aunque en este pequeño laboratorio entre químicos, paspartú, cola, una ampliadora heredada de su padre y cajas de cerillas, la terminología de los que venden humo está fuera de lugar.
 
¿Cajas de cerillas? En efecto. Es parte del encanto de Pinhole Barcelona: la mayoría de las fotos están hechas con cámaras que él mismo fabrica a partir de cajas de cerillas convertidas en sencillas cámaras estenopeicas con un carrete de 35 milímetros a un lado, una carcasa vacía al otro y un estenopo hecho con una aguja hipodérmica.


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Foto: Iker Morán (Quesabesde)
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Foto: Iker Morán (Quesabesde)
Todo es casero y artesano, incluido el artilugio para conseguir sujetar la pequeña cámara estenopeica a un trípode.


Son pequeñas, manejables, perfectas para llevar siempre encima y tienen ese encanto de lo artesanal, lo imperfecto y lo imprevisible, nos explica mostrando otro invento para sujetar la cámara al trípode. Más allá de lo poético de estas cajas de cerillas (no podemos evitar pensar en el reciente documental sobre Joan Guerrero de David Airob), el invento da como resultado una cámara con un angular muy pronunciado (unos 10 o 14 milímetros, según el grosor de la caja de cerillas) y un diafragma de f90, aproximadamente.
 
Sobre el terreno, usando película de 400 ISO, eso significa que se pueden hacer fotos con exposiciones de entre 1/4 y 1 segundo. Además, cada cámara permite hacer 24 fotos, el negativo resulta muy cómodo… ¿Quién dijo que la fotografía estenopeica tenía que ser engorrosa?


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Foto: Iker Morán (Quesabesde)
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Foto: Iker Morán (Quesabesde)
El orificio practicado en estas cámaras ofrece una apertura equivalente a f90.


Pero la idea no es vender las cámara para que los menos manitas también podamos tener una en casa. O no solo para eso, porque Bassols reconoce que mucha gente le ha preguntado ya dónde puede adquirir estas cajas de cerillas tuneadas fotográficamente. El plan de negocio de Pinhole Barcelona es vender las copias de las fotos de la ciudad condal realizadas con estas cámaras.
 
Copias de pequeñas dimensiones (“me gustan así, para que la gente tenga que acercarse a observar”, argumenta), cuidadosamente enmarcadas, firmadas y selladas. Algunas tiendas de la ciudad ya las tienen en los expositores, y la idea es estar presente en librerías y puntos culturales donde haya cierto movimiento de turistas.


pinhole barcelona xavi bassols
Foto: Iker Morán (Quesabesde)
pinhole barcelona xavi bassols
Foto: Iker Morán (Quesabesde)
Bassols revisa los negativos antes de colocarlos en la ampliadora (imagen inferior). Todas las copias se hacen de forma manual y una a una.


Porque, sí, los numerosos visitantes que cada día llegan a Barcelona son el principal público potencial de este producto. Entre sus fotos más vendidas en estos primeros meses, Les Rambles y la Plaça Reial, pero también alguna más abstracta de la playa o unas zapatillas colgadas de los cables de la luz. Cada copia –positivada una a una a mano- se vende por 20 euros. ¿Rentable? A eso aspira Bassols, aficionado a la fotografía y que ahora sueña con poder vivir de ella.
 
De momento su colección asciende a unas 50 imágenes, aunque la idea es retratar más ciudades, llegar a más tiendas y comercializar también las cajas de cerillas. A base de amigos que han echado una mano con el diseño, los expositores o la comunicación, el proyecto va despegando, aunque la producción artesanal (y más con familia y dos niños en casa, apunta) tiene sus limitaciones.
 

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Foto: Xavi Bassols (Pinhole Barcelona)


Salimos del garaje (las buenas ideas siempre empiezan en los garajes, ¿verdad?) rumbo a la cercana Plaça de les Dones del 36, para que nos cuente cómo trabaja. De camino, en una pequeña frutería del barrio descubrimos un par de fotos suyas colgadas entre tomates y verduras. Fotografía artesanal en estado puro. Puestos a llevarnos un cacho de Barcelona y su luz, sin duda nos quedamos con esto.


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Foto: Xavi Bassols (Pinhole Barcelona)

jueves, 3 de julio de 2014


Callejeando
 
 


 
GUILLERMO CERVERA , FOTÓGRAFO

"Se crea como un mito de fotógrafos de guerra… ¡es ridículo!"

 

 Ivan Sánchez

Una mujer en tacones en primer plano robándole todo el protagonismo a un grupo de manifestantes. Esta fotografía de Guillermo Cervera durante la reciente crisis ucraniana resume la forma que tiene este madrileño de contar la historia: con sinceridad e independencia. Un punto de vista basado en lo que el fotógrafo encuentra en la calle, muy alejado de lo que los grandes medios se esfuerzan por enseñar. Cervera, que rechaza el apelativo de fotógrafo de guerra pese a haber sido testigo de varios conflictos armados, da un giro más a esa historia en “Last Patrol”, un libro que verá la luz en otoño y que narra un viaje a pie a través de Estados Unidos junto al director Sebastian Junger y dos veteranos de Afganistán.
 
¿Qué viene primero, la fotografía en zona de guerra o en zona de olas?
 
Lo primero que hice fueron fotos en una guerra, pero por puta casualidad. Tenía 23 años y un amigo me preguntó si nos íbamos a Bosnia. Pensé que iba en cachondeo, pero iba en serio y allí nos fuimos. Así comencé a hacer fotos profesionalmente para medios de comunicación.
 
Yo no me considero un fotógrafo de guerra. He estado en muchas guerras pero muy poco tiempo. Como todos los fotógrafos, que van y están una semana, un mes… Yo no me quiero denominar fotógrafo de guerra. Hago muchas más fotos en Barcelona, en Canarias y otros sitios.
 
El problema es que vas a una guerra una semana, haces cuatro imágenes y te consideras el gran fotógrafo de guerra, cuando en realidad ésa no es tu vida ni la de la mayoría de los que lo hacen. Van una, dos, tres semanas y luego se piran, y de ahí se crea un mito. Se crea como un mito de fotógrafos de guerra… [hace un gesto irónico] ¡Es ridículo! A mí me produce escalofríos cada vez que me llaman algo así.
 
 

Foto: Ivan Sánchez (Quesabesde)
 
 
"Vas a una guerra una semana, haces cuatro imágenes y te consideras el gran fotógrafo de guerra, cuando en realidad ésa no es tu vida ni la de la mayoría de los que lo hacen"
 
De hecho en mi porfolio hay tres fotos de guerras. Y he estado en varias, pero me da igual. No lo considero lo más importante en mi carrera, y aunque siga yendo lo seguiré considerando una parte más de la historia, algo que hay que contar, sí, pero sólo una parte de lo que hago.
 
El tema de las fotos de surf es otra anécdota más en mi vida. A mí me encantaba el windsurf y me fui a Canarias para eso, sin ninguna intención de fotografiarlo: para disfrutar. Pero me quedé enganchado en Canarias con esa historia, con una chica, con la propia vida. Y me dije: ya que estoy aquí me pongo a hacer fotos.
 
Es complicado fotografiar surf porque las fotos las haces nadando y flotando. Has de estar fuerte porque son muchas horas en el agua y hay que meterse debajo de cada ola. Es agotador, pero también es muy gratificante. Al principio era difícil de vender porque tienes que ir conociendo a gente y las fotos no te salen bien porque estás aprendiendo. Pero poco a poco vas colocando el material.
 
¿Qué te aporta fotografiar surf?
 
El mar, el ejercicio en él. Yo siempre digo que todo ejercicio que uno haga dentro del agua es relajante y gratificante. Si además va unido a una actividad como la fotografía, pues aún lo es más.
 
¿Es complicado conseguir imágenes diferentes en el agua?
 
Al final, de cara a la gente, se ven todas iguales. Hay que darle un giro a la historia, buscar una fotografía distinta o muy impactante.
 
 
Foto: Guillermo Cervera
Foto: Guillermo Cervera
 
Como indicabas antes, presentarte como fotógrafo de guerra sería un error propio de quien hubiese mirado más tu pasaporte que tu porfolio. ¿Qué es lo que te interesa contar de esos lugares en los que caen bombas?
 
Ha ido cambiando mi interés en estos lugares. Ahora acabo de volver de Ucrania, y lo que realmente me ha motivado ha sido ver cómo la mayoría de la prensa internacional focaliza su interés en una serie de cosas que no son realmente el todo de la historia. Aunque nos cueste mucho admitirlo, se manipula mucho la información. Se cuenta la historia de un país con cuatro puntos calientes cuando realmente no son más que cuatro puntos aislados y todo lo demás sigue funcionando.
 
"Se manipula mucho la información: se cuenta la historia de un país con cuatro puntos calientes y aislados cuando realmente todo lo demás sigue funcionando"
 
A mí lo que me está motivando es darle ese giro a la historia que muy poca gente le da. Si todos están haciendo fotos de los soldados rusos invadiendo Crimea -cuando en realidad han invadido tres bases y no están creando ningún conflicto e incluso están siendo simpáticos-, yo en vez de retratar qué malos son los rusos fotografío cómo viven los ucranianos. Mi motivación es este giro en contraposición a lo que la prensa internacional nos cuenta, que siempre es lo fácil.
 
Pero parece que es precisamente eso lo que la prensa espera de un reportero con una cámara colgada al cuello en Ucrania o Afganistán.
 
Es que en realidad eso es lo sencillo, es la crónica fácil: mirad a estos qué malos son. Cuando darle otro punto de vista es más complicado porque tienes que pensar, tienes que ser un poco más espabilado a la hora de contar la historia y hacer que sea realmente llamativa.
 
 
Foto: Guillermo Cervera
Foto: Guillermo Cervera
 
Parece ser que este año el World Press Photo se ha querido redimir de su relación amorosa con la fotografía de guerra.
 
Pues la verdad es que no lo sé. Yo ya ni me meto, paso de todo eso; no me interesa. Es una polémica en la que no quiero entrar. Ni me gusta ni me deja de gustar. Yo voy a mi bola, intento hacer mi trabajo, soy un poco contrario a ir a los concursos porque no me gusta compararme ni sentirme alabado por haber ganado un premio.
 
"Soy un poco contrario a ir a los concursos porque no me gusta compararme ni sentirme alabado por ganar un premio"
 
Lo que quiero es que lo que yo hago me gratifique y piense que está bien hecho. Si no, sigo luchando y aprendiendo y aprendiendo. Esto es un constante aprendizaje en el que nunca hay que parar ni creer que se sabe todo.
 
Teniendo en cuenta lo que piden los medios, el tuyo es de los trabajos más independientes del panorama español.
 
Yo creo que en España hay muchos fotógrafos independientes y muy buenos. Lo que pasa es que, tal y como está el mercado, no se les reconoce. Es muy complicado vender el material: tienes que conocer a gente. Yo he tenido la suerte de tener una serie de contactos que a veces -pero no siempre- dan salida a lo que hago.
 
Pienso que no soy el único. Hay gente muy buena que sabe dar ese giro, pero desgraciadamente no les reconocen. Porque pasa lo de siempre: lo que buscan [los medios] es la foto fácil.
 
 
Foto: Guillermo Cervera
Foto: Guillermo Cervera
 
Para alguien que haya estado en Ucrania tus fotos son las que más recuerdan a la antigua república soviética.
 
El Maidán quemándose es una realidad y hay que contarla. Ha hecho que caiga un presidente, es una historia importante. Yo no llegué a Ucrania cuando se combatía frente al parlamento, llegué después. Si hubiese llegado entonces, también hubiese contado [los acontecimientos recientes en] Maidán, pero no me habría focalizado en eso. De unas 50 fotos habría puesto dos, porque es la realidad. Un par de Maidán, un par de la casa del presidente… y el resto, Ucrania.
 
Hay que ser realista y darle a las historias la importancia que tienen dentro de un contexto y de un país. Esto es lo que me da rabia: cómo se focaliza una historia en ese tipo de cosas. La historia hay que contextualizarla para entenderla bien. Maidán se ha malentendido en Europa porque lo han focalizado. A los ucranianos en realidad se la sudaba, lo veían de lejos. Estaba ahí, sí, pero a ellos les importan otras cosas: seguir para delante.
 
Viajaste a Ucrania poco después de la destitución y huida de Víktor Yanukóvich, cuando las cosas se calmaron en el centro de Kiev.
 
Fui precisamente cuando había pasado ese punto caliente. Sabía que estarían todos los fotógrafos en Maidán y no me apetecía ir. Ya he vivido El Cairo y escenarios así y sé cómo son. No me apetecen. Me apetece más la vida cotidiana, todo lo demás. Cuando todo aquello se fuera a acabar para mí era un reto ir allí a sacar la historia.
 
 
Foto: Guillermo Cervera
Foto: Guillermo Cervera
 
¿Se percibe en la calle esa idea de que Ucrania está tan dividida?
 
La verdad es que no. En Donetsk, que es uno de los sitios aparentemente más divididos en Ucrania, el domingo, que es cuando más manifestaciones se supone que hay, me fui a un partido del Shakhtar Donetsk, que es el mejor equipo del país, y el campo estaba petado.
 
En las manis había cuatro gatos y estaban todos los fotógrafos internacionales, y en el campo de fútbol, que era donde estaba realmente la población, no había ni un puto fotógrafo. Es esto a lo que voy.
 
"En las manis había cuatro gatos y estaban todos los fotógrafos internacionales, y en el campo de fútbol, que era donde estaba la población, no había ni un puto fotógrafo"
 
La realidad es que la gente en Ucrania no quiere movidas. Son hermanos, por muchas ideologías políticas que haya. Como pasaba en España cuando se murió Franco. Sí, había división política, pero en realidad no estábamos para hostias; lo que queríamos era tirar para delante. Es la impresión que me ha dado Ucrania: la gente no está para problemas y creen que las cosas se solucionarán de una manera política.
 
Ucrania la has resuelto con un estilo muy de street photography.
 
A mí me encanta hace fotos de calle. Lo hago constantemente: en Barcelona, en Ucrania, en Canarias… vaya donde vaya. Es lo que me gusta. Pienso que ser un fotógrafo de la calle es la mejor manera de documentar lo que hay, porque pasas desapercibido y sacas escenas reales.
 
 
Foto: Guillermo Cervera
 
¿Cómo te mueves para pasar desapercibido?
 
Yo creo que cómo coges la cámara dice mucho de cómo la gente va a reaccionar ante ella. Hay maneras de cogerla. La mía es muy sutil, muy de turista. Al parecer un turista pasas desapercibido, porque hoy en día todo el mundo tiene una cámara.
 
Afganistán es uno los países que mejor conoces. ¿Crees que sobrevivirá algo de lo que vimos en tu trabajo “Bye-Bye Kabul”?
 
Yo creo que no. De hecho yo ahora quiero volver a Afganistán; es mi próxima parada. Quiero esperar a que pasen las elecciones, porque otra vez va a estar lleno de periodistas y no me apetece ir. Quiero ver la impresión que me da. No sé… yo tengo la intuición de que eso va a caer, pero quiero verlo antes de que pase o no pase.
 
Es como una teoría en la que el auténtico momento histórico viene justo después de lo que provoca el cambio. ¿Te interesan más las consecuencias que los hechos?
 
Ahora sí. Me interesa el después. Había veces en que me interesaba precisamente ese momento. La vida te va cambiando las cosas, los intereses.
 
 
Foto: Guillermo Cervera
Foto: Guillermo Cervera
 
Debe ser complicado pasar desapercibido y ser ese turista anónimo en Afganistán.
 
Yo creo que llamamos la atención en todos lados. En un pueblo de Extremadura, por ejemplo, no eres de allí y ellos lo saben. Todo el mundo sabe si eres del lugar o no, sea en Extremadura, en Donetsk, en Kabul o en Nueva York. La gente sabe que eres un puto guiri, un extraterrestre para ellos.
 
Hay que saber jugar con tu condición de guiri y no dar demasiado el cante. Ser empático, respetar la cultura del lugar para que luego ellos te respeten a ti.
 
Tú siempre has roto una lanza a favor de quienes os ayudan a conseguir noticias e imágenes: los fixers.
 
Hay sitios en que los fixers son imprescindibles. No precisamente en Crimea, pero en Kabul, en el Congo… muchas veces sin ellos no hay historia. En ocasiones te la regalan, te la ponen ellos.
 
¿Y en Ucrania?
 
La verdad es que hoy en día con Google lo tienes todo. Yo en Crimea alquilé un coche y compré una SIM, y como tenía Internet en el móvil fui a mi bola donde quise. Aun así hubo un par de veces que me ayudaron y me hicieron las cosas más fáciles, pero lo podría haber hecho sin ellos.
 
En Odesa no tenía un fixer pero me hice amigo de un fotógrafo local, Sergei, que estaba trabajando para AP [Associated Press]. Me llevó a la playa de Odesa, un sitio que yo no hubiese encontrado por mí mismo. Era toda una historia esa playa: era maravillosa. Hice una foto muy bonita en la que salen unos chicos jóvenes: uno con una gorra como de marino y una tía con un tatuaje en la pierna. Y fue gracias a que me llevó Sergei. Muchas veces la gente local te aproxima a sitios súper interesantes a los que no podrías llegar solo.
 
 
Foto: Guillermo Cervera
Foto: Guillermo Cervera
 
A raíz de tu encuentro con el fallecido fotoperiodista Tim Hetherington en Misurata, en Libia, Sebastian Junger contactó contigo para darle una vuelta de tuerca más a la forma de contar una guerra: abordar los miedos traumáticos que persisten en quienes la vivís como reporteros o soldados. ¿Cuál es la historia de “Last Patrol”?
 
El documental sale en otoño y va sobre cuatro tíos [dos veteranos de la guerra en Afganistán, Cervera y el director Sebastian Junger] que vienen de situaciones de conflicto y que atraviesan Estados Unidos caminando y viviendo en la calle. Salen muchas emociones y sensaciones. Va de nuestras historias y de Estados Unidos, un país que ahora está en una situación muy complicada socialmente.
 
La verdad es que ha sido muy bonito hacerlo. Recorrimos una parte de Estados Unidos, unos 600 kilómetros, en varias etapas. En total fue un mes y medio.
 
¿Cuál fue el ambiente que viviste con tus tres acompañantes? ¿Afloraron vuestros miedos?
 
No, más que miedos lo que hubo fueron ganas de desconectar, de vivir otra historia diferente. Para mí fue un relax ir allí. Ha sido un tema de caminar y desconectar de mis historias personales.
 
Decías antes que haces más fotos en España que en lugares en conflicto. ¿Qué te atrae de tu país?
 
A mí me llama lo mismo aquí que en Kabul. Yo creo en las situaciones extrañas que se producen en las calles, y se dan en todos lados las mismas o similares. Eso es lo que me gusta fotografiar y la motivación es la misma en Barcelona, en Kabul, en Crimea o en Lanzarote. Sólo cambia el escenario.
 
 
Foto: Guillermo Cervera
Foto: Guillermo Cervera
 
Esta primavera estrenabas en la Sala Ciutat de Barcelona la exposición “Arte y parte”, dedicada precisamente a los museos y entre los cuales hay varios de la ciudad condal.
 
Hace años estaba en Nueva York fotografiando la calle y para tomarme un relax pasé por el Metropolitan. Vi que se podían hacer fotos, cosa que en muchos otros museos no dejan. Había una luz natural muy bonita que entraba por arriba.
 
Llevaba una Leica de carrete y me senté delante de un cuadro del siglo XVIII en el que salían dos mujeres gorditas enrollándose como bolleras, y me di cuenta de que las chicas que iban juntas, al verlo, reaccionaban raro: se reían, se tocaban… Me sorprendió y comencé a fotografiar esas reacciones frente al cuadro.
 
Al revelarlas vi que el grano de la película unificaba la escena real con el cuadro, convirtiéndolo en otro cuadro. Me gustó mucho cómo el grano podía igualar la textura diferente que tenía una obra de arte con la realidad. Era como una simbiosis.
 
Le comenté a Joana Bonet, que era directora de Marie Claire, esta historia de mujeres viendo un cuadro de mujeres. Le encantó y quiso hacer algo con aquello. Me consiguió acceso a más museos que normalmente no dan permiso, como el Prado, para poder seguir. Llevo años con este tema.
 
 
Foto: Guillermo Cervera
 
Surgió la posibilidad de hacer esta exposición en Barcelona, pero con la condición de que un 80% de las fotos fuesen de museos de la ciudad. Como no las tenía, tuve que venir a hacerlos. Así surgió la muestra. La mayoría son del MACBA, el MNAC, el CCCB, el museo de la Música, el de Zoología y la fundación Miró.
 
"He estado en siete guerras, y no he tenido peores sensaciones en todo el mundo que fotografiando museos en general, sobre todo en España y en Barcelona"
 
Es curioso… En los museos ves cómo es la gente, cómo reaccionan ante un fotógrafo. La gente, digan lo que digan, está aburrida y está más pendiente de lo que está pasando alrededor que de lo que están mirando. Cuando estás con una cámara la gente reacciona de muchas maneras, pero ninguna buena. Sobre todo en Barcelona.
 
Aquí es donde la gente ha sido más antipática y desagradable conmigo por la cámara. Se piensan que son la Pantoja, que una cámara les va a producir el mayor mal que puede ocurrirles en su vida. Te atacan, te insultan, te miran mal… es muy desagradable.
 
No he tenido peores sensaciones en todo el mundo –y he estado en siete guerras y en situaciones sociales de todo tipo– que fotografiando museos en general, sobre todo en España y en Barcelona. También en Madrid han sido muy desagradables.
 
Parece que la socialización de la fotografía, en este aspecto, ha hecho que la gente sea más reacia a ser fotografiada en vez de aceptar el valor de una imagen.
 
Yo creo que la gente sigue igual de colgada. Creo que esta actitud del español frente a la cámara es un problema de mentalidad. Dice de cómo somos, de cómo es la sociedad.