jueves, 5 de junio de 2014

 
Fotografías en un cierto espacio


Eduardo Momeñe


Al espacio construido por la cámara lo denomino espacio fotográfico, también escenario visual, y esa denominación me es cómoda para diferenciarlo de la idea de lugar. Un lugar apenas visible, difícilmente localizable en el mapa que carece de puntos de referencia. Un suelo informe sobre el que apoyarse, un lugar en letargo, neutro, sin identidad. Nada en él ocurre si no hacemos que algo ocurra.


Es algo así como un no-lugar donde se construyen espacios fotográficos que después se registran para obtener imágenes fotográficas. Lo que en ellos ocurre está deslocalizado. Son espacios que se fabrican con la mirada, donde es necesaria una cámara para compartirlos, para transmitir la experiencia. Una experiencia estética, en principio.


En lo que a mí respecta, he estado durante más de tres décadas sumergido en este lugar productor de fotografías de estudio. Aún vivo el placer de aislarme del ruido del mundo.
 
 
En este tiempo, que es mucho, la cámara ha estado situada en el mismo suelo, todo ha ocurrido en los mismos cuatro metros cuadrados. Es como la máquina del tiempo de Wells, que gracias a que el tiempo existe ha recorrido cientos de mundos sin desplazarse un milímetro. Es el mundo el que se mueve, no la cámara en su trípode.


"Durante décadas mi cámara ha estado situada en el mismo suelo, todo ha ocurrido en los mismos metros cuadrados. Es el mundo el que se mueve, no la cámara en su trípode."

 
Es un gran viaje, y aún no me he cansado de transitar por este mundo sin geografía. Es un viaje fotográfico, ciertamente interior. Parecería literario, porque incluso el escritor que escribe de mundos lo hace desde sus veinte metros cuadrados: algo con lo que escribir, una mesa, una ventana desde la que en ocasiones se ve un trozo de mundo. La posibilidad de escribir el mundo desde una habitación (el lugar-estudio) es el privilegio que poseen quienes tienen una pluma o una cámara. Es el atelier renacentista.
 
 
El estudio es un invento. No surgió con el paisaje, con la naturaleza. Es el lugar donde se contiene, -en cuanto a contención, es un pólder- el desorden del mundo que lucha por inmiscuirse, por asaltar nuestra casa, por confundirnos. Es un búnker desde el que nos protegemos para intentar decir lo que queremos decir del mundo con más claridad, sin interferencias, sin la agresión de un mundo visualmente hostil.
 
 
La representación tiene lugar cuando los actores actúan en ese espacio. Es, diríamos, el otro lado del espejo, como esa obra teatral de muy corta duración donde el texto manda sobre la realidad cuando el texto la interroga. Si la fotografía está construida con la ayuda de una cabeza de flash -puede ser un 1/100 de segundo-, no hay tiempo para contar nada.


Imaginemos un fragmento de tal duración en una sinfonía de Mozart. Parecería un espacio imaginado e imaginario, congelado, un fotograma de una película que nunca llegará a ser. Vídeos infinitesimales. No hay nada fuera de campo, nada fue antes ni después, nada hay alrededor, como si se tratase de un agujero negro en la naturaleza.
 
 
Si el acto de fotografiar se llevase a cabo con luz continua, pudiera ser un tiempo más largo pero aún no suficiente. Si queremos cambiar de lenguaje, de medio de expresión, de comunicación, decirlo de otra manera, tendremos que modificar la programación de la cámara. En este lugar y con la misma cámara también pueden construirse imágenes cinematográficas. Son otras imágenes.
 
 
El escenario para la obra lo acota la cámara, su situación, su lente, su visor, su profundidad de campo, la forma de la luz que penetra en ella. Es ese escenario visual el que construye la mirada y existe en cuanto que es mirado. Lo que ocurre es la mirada, es el acontecimiento, y la fotografía registra el acontecimiento de la mirada como un acta notarial. El espacio es lo que se ve, también es el contenido (de nuevo McLuhan: el medio es el que crea el mensaje), aquella idea que tuvimos (la idea es idea en cuanto que es plasmada). No hay nada fuera de la fotografía.


"El estudio es el lugar donde se contiene el desorden del mundo que lucha por inmiscuirse, por asaltar nuestra casa, por confundirnos. Es un búnker desde el que nos protegemos."
 
 
También está la luz, y ésta tan solo existe como parte del escenario visual: conforma el espacio fotográfico. Las posibilidades son múltiples y dependen de nosotros. Quien se nutra de Caravaggio o de Guy Bourdin utilizará cabezas de flash directas. Quien recurra a Jan van Eyck o a Rembrandt optará por una caja de luz cómodamente situada, quizá luz continua, envolvente, visible, predecible, moldeable. La cámara irá succionándola.
 
 
Definitivamente es un espacio por construir, un espacio propio. Crear un espacio propio es crear un mundo fotográfico propio, un universo propio, la dificultad de conseguirlo.
 
 
En Flandes, en el siglo XV, se pensó mucho en ello. Se pensó ese lugar como el lugar para obtener no tan solo representaciones de frutas, animales cazados o copas de vino, sino la representación y presentación de personas, de su apariencia, de su existencia. A ello le llamaríamos retratos.


El estudio es un excelente lugar para obtener retratos de rostros y de rostros con su cuerpo. Cuerpos desubicados, fuera de su sitio, de su vida, en ninguna parte, si es que ello fuese posible. El retrato de Juan el Bueno fue uno de los primeros en Europa, en el siglo XIV, de perfil. Jan van Eyck, una vez más, entendió el poder del no-lugar y las limitaciones –virtudes- del acotamiento del lienzo. Y fue aún más allá: su supuesto autorretrato es un semiperfil, un tres cuartos. Pensó que había más información, más carácter en un rostro. Algunos pensamos que inventó el retrato fotográfico real.
 
 
El estudio es definitivamente un buen lugar para realizar retratos, espacios con figura, el lenguaje del cuerpo hablando en relación con un espacio inventado, creado donde antes no había nada. Ese pudiera ser el reto: conseguirlo. La posibilidad de que la magia surja. Jan van Eyck hubiese sido un buen fotógrafo de estudio si ello hubiese sido posible: espacios pictóricos, espacios necesarios para que los actores hablasen. El libro indispensable aquí es “Elogio del individuo” de Tzvetan Todorov.
 
 
Rembrandt también lo supo. Sin duda sus autorretratos hablan del mejor estudio fotográfico, aquel en el que no hay nada a excepción de un escenario visual, a excepción del universo del fotógrafo. Es la idea de escenario, finalmente, un escenario vacío. Hacemos fotografías dentro de ese escenario -ni tan siquiera decorado- teatral. Es nuestra deuda con el teatro, con su espacio, con sus actores, con Grecia.
 

En realidad es una pequeña fábrica de sueños donde los sueños soñados y deseados pueden acabar en un papel. Sin duda una experiencia más que interesante. La dificultad de transmitir el placer de este viaje desde las buenas intenciones hasta lo dicho, lo aceptablemente dicho -hasta donde seamos capaces-, hasta donde lo dicho ha sido comprendido, aceptado, hasta donde la escritura ha sido plasmada.


"No tengo nada que contar ni explicar. Ello me alivia, me libera de responsabilidades. Son imágenes, eso es todo."
 
 
Cuando hemos convertido en sensible lo soñado, el objeto soñado parecería el propio sueño. La imagen fotográfica como sueño, su lejanía de la realidad, como representación de lo otro, de lo que estaba en otra parte: lo extraño y extrañado.
 
 
En lo que a mí respecta, una vez más, hago fotografías en mi estudio con la finalidad de obtener fotografías. Y también busco que me gusten. Si esta satisfacción es compartida por otras personas, me siento satisfecho y agradecido. No tengo ideas: es lo visual lo que manda, el espacio y el hablar del cuerpo en ese escenario.
 
 
Agradezco a las personas que acceden a situarse frente a mi cámara, que me han dado su presencia y su tiempo para ese instante, para que pueda fabricar mis fotografías. No tengo nada que contar ni explicar.


Ello me alivia, me libera de ciertas responsabilidades. Son imágenes, eso es todo, no hay más. Todo lo que puedan decir, poco o mucho, está ahí, en lo visible, en la imagen. No hay nada fuera de lo que está ahí: lo que está ahí es lo que hay. Tan solo quiero obtener fotografías cuando hago fotografías; es así como puedo obtenerlas sin demasiadas complicaciones.
 
 
Aún hoy pienso que el estudio es un lugar privilegiado para ver el mundo y comentarlo.
 
Eduardo Momeñe es director del Máster Internacional de Fotografía Documental Contemporánea en la escuela EFTI de Madrid. Teórico, docente y fotógrafo, es uno de los nombres más respetados de la fotografía española contemporánea.

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